lunes, 26 de noviembre de 2007

CuentaCuentos nº 55 "Infancia robada"

Infancia robada

    “-El niño debe de ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. No podemos permitir que un niño sufra abusos de ninguna índole, y estamos obligados a preservar su inocencia y su infancia ante todas las cosas y en contra de quien sea... – hizo un gesto con la mano.
    -¡Acusado póngase en pie! – dijo el alguacil.
    -Señor Olivenza, tras escuchar todos los testimonios, incluido el suyo, este tribunal le declara culpable de un delito leve de lesiones contra su esposa, y culpable de abuso a menores contra su hijo de 7 años. – dio un golpe en la mesa con el mazo. – Se levanta la sesión. Pueden llevárselo.

    Octavio Olivenza comenzó a resistirse y a gritar que él no había sido, que era inocente. Todos decían lo mismo, pero las pruebas le señalaban a él. Vio a su hijo y a su esposa allí, en primera fila.

    Cuando los ojos de su padre se clavaron en los suyos, Benjamín comenzó a temblar. No podía evitarlo, y sin darse cuenta, unas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Su madre que lo vio lo abrazó contra su pecho, y Benjamín al levantar la cabeza pudo ver su cara hinchada y aquel ojo tan negro como la noche. Se volvió a estremecer, esta vez más visiblemente. Estaba asustado y ya no le daba miedo a admitirlo. Era un niño. Sólo tenía 7 años y estaba en todo su derecho de sentir miedo, eso le habían dicho los psicólogos, pero estaba asustado, muy asustado.

    No le pidieron que subiera al estrado a testificar. Dijeron que las pruebas que tenían eran suficientes y eso hizo que se sintiese aliviado, pero según se habían ido desarrollando los acontecimientos su cuerpo se había ido tensando poco a poco... Su madre contando la paliza que su padre le propinó una noche que llegó del trabajo. Él fue testigo de esa brutal paliza, pero no tenía que declarar, tenían pruebas suficientes habían dicho... Su madre contó entre lágrimas y con todo detalle todos los golpes que recibió por parte de su marido, y como Benjamín lo miraba todo, llorando acostado en el sofá del salón. Lo recordaba todo como si hubiese sido ayer, y ya habían pasado casi 11 meses.

    También recordaba el testimonio de su padre. No negaba que le hubiese dado la paliza a su mujer, era evidente que alguien la había maltratado, pero alegaba enajenación mental transitoria, aunque no le creyeron. Pero al contrario, negaba categóricamente que él hubiese maltratado y abusado de Benjamín. ¿Por qué? ¿Por qué no decía la verdad? Benjamín se había venido abajo el día que declaró su padre. Se había puesto a llorar en la sala, y su madre se lo tuvo que llevar fuera cuando el niño había comenzado a gritar cosas presa de un ataque de nervios.

    Y ahora allí estaban. Había finalizado el juicio y le habían declarado culpable. Ya estaba todo hecho. Y recordaba las palabras del abogado... ‘Cuando tengamos una sentencia podrás volver a respirar tranquilo. No volverán a hacerte daño.’ Levantó la vista para ver a su madre una vez más. Ella le estaba acariciando el pelo, y al verle le sonrió y le dio un suave beso en la frente. Soltó a Benjamín para coger su abrigo y en ese momento el niño se alejó corriendo de ella. Saltó la barandilla y se abrazó con fuerza a su padre.

    -¿Por qué papá? ¿Por qué no les dijiste que fue ella? ¿Por qué no les contaste que le pegaste al ver lo que me hacía? – gritaba Benjamín entre lágrimas mirando a su padre a los ojos. – Y ahora dejas que vuelva con ella a casa. Sabes lo que va a hacerme. Una vez me protegiste, dijiste que no volvería a pasar y ahora te vas. ¿Por qué no me proteges papá?

    Todas las miradas se centraron en Margarita. Se había quedado rígida y pálida como el mármol. No decía nada y no se movía. Estaba impertérrita ante la sala y aguantaba las miradas que ahora habían tornado de lástima a desprecio, desaprobación y asco. Benjamín se giró hacia el abogado. Todos pudieron ver el dolor reflejado en la cara del pequeño, y fueron conscientes del daño que había sufrido y también del que le podían haber causado...

    -Me dijiste que no hacía falta que declarase, que estaba a salvo, que no volverían a hacerme daño. Y me quitas a la única persona que me ha protegido... La única persona que podía evitar que ella volviese a tocarme...
    -¡Cállate la boca maldito niño! ¡Que los dos sabemos muy bien que me provocabas!
    -¡Ya basta! – gritó el juez. – No estoy dispuesto a escuchar ninguna barbaridad más. Señor Octavio Olivenza, ¿es verdad todo lo que está diciendo su hijo? Y si es así, ¿por qué no dijo nada ante este tribunal?
    -Señor juez. Todo lo que ha dicho mi pequeño Benjamín es cierto. Y si no le he dicho nada a usted señoría es porque ella me prometió que si yo cargaba con las culpas no volvería a tocar al niño...
    -En vista de los nuevos acontecimientos ordeno que entre en prisión preventiva la señora Margarita Pena, y que se prepare una vista oral para fijar la fecha del juicio por abuso de menores a su hijo de 7 años Benjamín Olivenza Pena. Así como dictamino que se ponga inmediatamente en libertad provisional al señor Octavio Olivenza, pendiente de un juicio por agravios leves a su mujer. Ahora sí, ¡se levanta el acta!

    Benjamín corrió hasta los brazos de su padre que lo abrazó con todas sus fuerzas. Secó sus lágrimas con su camisa y volvió a abrazar a su hijo.

    -Tienes que entenderme Benjamín. Tenía que hacerlo para que ella te dejase en paz. Lo hice por ti hijo...

    No hizo falta nada más, ni una sola palabra, ni un gesto. Benjamín estrechó fuertemente a su padre entre sus brazos y rompió a llorar otra vez, pero ahora con el alivio de saberse a salvo de ella...”


    *Frase Anónima.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Concurso de Terror

Ruidos

“Eran las 3 de la madrugada. Mario e Isabel dormían plácidamente cuando un ruido la sobresaltó. Despertó de su sueño y aunque creyó que aquel sonido había sido producto de su imaginación tardó un buen rato en volver a dormirse. Al rato un nuevo sonido extraño volvía a arrancarla de su sueño, y esta vez, temblando despertó a su marido:

-Mario, cariño. Despierta.
-¿Qué pasa? ¿Ya es hora? Es que no he oído el despertador.
-No, es que ya es la segunda vez que me ha parecido oír un ruido en casa.
-¿Estás segura? – preguntó Mario mucho más despierto.
-Sí, escucha... – dijo Isabel acurrucándose contra su marido bajo las sábanas.

Escucharon en silencio durante un buen rato y nada. Ni un solo sonido que les advirtiese que algo estaba sucediendo. Podían oírse respirar el uno al otro y Mario sentía como todo el cuerpo de su esposa temblaba.

-Tranquila, no ha sido nada. Volvámonos a dormir, que mañana hay un duro día de trabajo por delante.
-Sí tienes razón. Mañana hay mucho que hacer y será mejor que estemos descansados.

No habían pasado ni cinco minutos cuando volvió a escucharse otro ruido. Esta vez eran pequeñas y rápidas pisadas por el pasillo. Al principio que se acercaban a la puerta de su habitación, pero luego volvían a alejarse...

-¡Mario!
-Tranquila, lo he oído.
-¿Lo has oído y me pides que esté tranquila?
-¡Shhhh! Escucha...

Otra vez aquellos pasos que parecían acercarse a la puerta parcialmente abierta de su habitación, pero ellos no veían nada. Los pasos terminaron justo en la puerta. Mario e Isabel estaban en tensión. En la puerta no había nadie y sin embargo aquellos pasos habían terminado justo allí... Se quedaron en silencio y volvieron a escucharlos pero esta vez al final del pasillo, sonaban diferentes y familiares y esta vez vinieron acompañados de un susurro:

-Shhh, no hagas ruido o mamá y papá nos castigarán...
-Joder, que susto... Es Susi – dijo Mario claramente aliviado. – ¿Pero con quien habla?
-Tiene un amigo imaginario, ¿no te lo había dicho?
-No me lo habías comentado. Así que un amigo imaginario... ¿Con sólo tres años?
-Es muy normal cielo. Aquí casi no hay niños y creo que todos de pequeños hemos tenido algún amigo imaginario con el que compartíamos juegos, ¿tú no?
-Mmmm... No lo recuerdo – y dándole un beso en la frente añadió. – Voy a meter a la pequeña en la cama.

Mario abrió la puerta de la habitación esperando ver a la niña allí, pero no vio nada. Se dirigió a la habitación de su hija, sintiendo como su corazón se aceleraba y sin entender por qué... Se paró delante de la puerta. Estaba cerrada, cuando ellos siempre la dejaban entornada, por si la niña lloraba o tenía una pesadilla y quería ir a junto de ellos. Tomó aire, cogió el pomo y decididamente lo giró. Entró en la habitación que estaba a oscuras. Se acercó a la cama de su hija y vio como las mantas marcaban su cuerpecito.

Se acercó para arroparla bien y darle un par de besos, pero al inclinarse sobre la cama pudo ver que esta se encontraba vacía. Un escalofrío recorrió su cuerpo al tiempo que destapaba completamente la cama. No estaba, la niña no estaba... Se giró en redondo para poder ver bien toda la habitación. Nada. No la veía en ningún rincón escondida, pero un sonido a su espalda llamó su atención. Se giró, y vio el armario. Estaría allí dentro escondida, jugando al escondite con su amigo imaginario. Se acercó silencioso al armario. No quería asustarla mucho, pero se merecía un pequeño castigo por hacérselo pasar mal...

Abrió la puerta del armario de golpe y la niña no estaba allí. Él podría haber jurado que un ruido había salido de aquel armario, pero no había nadie en él. Se giró y vio otra vez la cama. Seguro que estaba allí debajo metida. Se acercó y se arrodilló. Levantó las mantas y se asomó. Allí al fondo vio una sombra...

No se mueve, pensó. ¿Por qué no se mueve? Y el terror comenzó a apoderarse de él. Su mano temblorosa se perdió bajo la cama, cada vez más cerca de aquel bulto que no podía distinguir y al fin tocó algo. Un pie, un pie frío, helado diría él. Todo su cuerpo se paralizó y sintió como si hubiese bajando la temperatura de repente. Tomo aire, no podía ser... Y con aquel temblor en el cuerpo comenzó a tirar. Casi lo había traído hasta la parte iluminada por la poca luz que entraba por la ventana. Parecía un pequeño cuerpo inerte. Su corazón latía a mil revoluciones. Cogió el cuerpo y rezando lo giró...

-¡Dios! – dijo ahogando un grito. – Maldita muñeca...

Era aquella muñeca tan grande que su hermana le había regalado a Susi. Nunca le había gustado y ahora acababa de pasarle el peor trago de su vida. Si en el armario no había nadie y bajo la cama sólo estaba la muñeca, ¿dónde podía estar su hija? Y entonces vio unos pequeños pies asomar bajo el borde de la cortina y pudo escuchar una pequeña risilla. Se sintió aliviado y pensó que podía continuar con el juego. Se levantó y se acercó sigiloso hasta la ventana, casi sin hacer ruido y cuando ya podía alcanzar la cortina con la mano dijo en un susurro:

-¿Dónde podrá estar mi pequeña Susi?

De un tirón apartó la cortina y de nuevo todo su cuerpo se tensó. Detrás de la cortina no había nada, pero allí abajo seguía habiendo unos pies, hasta que se fijó bien. Sólo eran unas zapatillas. Respiró aliviado, soltó la cortina y una pequeña carcajada. Se estaba volviendo paranoico aquella noche, y no podía permitirse perder la cordura. Se giró para salir de la habitación y buscar a la niña por el resto de la casa, cuando por el rabillo del ojo pudo ver un movimiento extraño en la cortina.

-Bueno ya está bien Susi, si no dejas de jugar papá se va a enfad...

No pudo acabar la frase. Detrás de la cortina volvía a no haber nadie, pero el rostro pálido de un niño le miraba fijamente desde el reflejo de la ventana. Dio un paso hacia atrás, tropezó con la muñeca y cayó al suelo. Aquel rostro seguía mirándole y sólo pudo balbucear:

-¡Isa... Is... ¡Isabel! – pero no lo suficiente como para que su mujer le escuchase.

Dio un vistazo rápido a la puerta y al volver a mirar hacia la ventana ya no había nada allí. Su cuerpo no reaccionaba y pasaron varios segundos hasta que pudo incorporarse y salir corriendo hacia su habitación, donde su esposa seguiría en la cama. Entró a todo correr y se quedó paralizado al contemplar la escena que allí lo esperaba. Sobre la cama su mujer jugando con su hija.

-¿Qué pasa Mario? Estás muy pálido. Ni que hubieses visto un fantasma...
-¿Cuánto rato lleva aquí Susana?
-Desde que te has ido. Debía de estar escondida en el cuarto de baño, porque ha sido salir tú y ha entrado ella. Tardabas tanto que pensé que estarías haciendo algo...
-Isabel – dijo antes de echarse a llorar. – Isabel, en el cuarto de la niña había algo.
-¿Algo? Explícame a que te refieres. ¿Algo como qué?
-Un niño, ¡o al menos la imagen de un niño reflejada en el cristal de su habitación!
-Pero... ¿Tú te has oído lo que has dicho?
-Ya te lo había dicho yo mami, pero no quisiste creerme.

Isabel y Mario miraron a su hija que jugaba alegre sobre la cama. Isabel cogió la cara de su hija entre sus manos y dándole un beso en la frente le dijo:

-Mi vida. ¿Y dónde está ese niño?
-Aquí en la casa, con nosotros, como tiene que ser...
-¿Cómo tiene que ser? ¿A qué te refieres Susana? – dijo Mario visiblemente asustado.
-Susi, mira a mamá... Dime, ¿dónde está ese niño?

Susi se apartó de su madre, bajó de la cama y se acercó hasta la gran cómoda que tenían presidiendo aquel cuarto. Abrió uno de los cajones y se puso a rebuscar. Al fin cerró el cajón y se acercó de nuevo a ellos. Se subió a la cama y le dio a su madre una foto.

-Hoy es su cumpleaños y sólo quiere jugar...

Isabel rompió a llorar. Susana acababa de darle la foto de su hermano Pedro, que había muerto por la llamada “Muerte Súbita” año y medio antes de que ella naciese.

-¡Mario! ¿Qué día es hoy?
-¡Joder! 1 de noviembre... ¡Hoy es 1 de noviembre!
-Dios – dijo Isabel entre lágrimas. – Hoy era su cumpleaños...

Comenzó a hacer mucho frío en aquella habitación, tanto que incluso podían ver la nube que formaba el aire caliente que expulsaban sus pulmones. Y entonces Susana señaló hacia la puerta de la habitación y se quedó callada mirando hacia allí.

-Susana cielo, ¿qué haces? – preguntó su madre.
-No tengáis miedo. Está ahí y sólo quiere jugar…”

lunes, 19 de noviembre de 2007

CuentaCuentos nº 54 "Insonmio"

Insomnio

    “El camino es tan estrecho que se hace difícil caminar erguida sin caer o al menos eso me parece mientras subo las escaleras de mi casa hasta mi habitación, y allí me tumbo en la cama. Estoy rendida y seguro que el sueño pronto se apodera de mí, pero siempre me equivoco... En cuanto me acuesto en la cama el sueño y el cansancio desaparecen tan rápido que no puedo darme casi cuenta, y así empieza otra noche de insomnio. Otra larga noche...

    Me acuesto y pongo la televisión. Veo la serie del día: CSI, Cuestión de sexo, Kyle XY, House... Da un poco igual, la cuestión es estar entretenida para no darme cuenta de que las horas pasan. A veces hasta estoy leyendo un libro al tiempo que tengo la televisión puesta, y el ordenador encendido, por donde, de vez en cuando, mantengo alguna conversación con algún amigo perdido por el mundo. Y según avanza la noche siento una opresión dentro de mí al no poder conciliar el sueño, y comparto noches en vela con algunos de mis CC, hablando de mil cosas, e intercalando las charlas con documentos de Word que tengo abiertos, donde se esconden mil relatos que algún día verán la luz...

    Y entonces dan las 3 o las 4 de la mañana. Hora en la que me obligo a dejarlo todo. Momento en el que me obligo a tratar de dormir. Instante en el que la oscuridad se hace palpable, el silencio retumba en el aire, y me siento como si estuviese sola en el mundo. Me acuesto, me acurruco bajo las sábanas con mi perro y con la esperanza de que el sueño y el sopor pronto vengan a ocupar su lugar a mi lado, en esta cama en la que me pierdo.

    Doy vueltas, no consigo dormir. Me levanto y a oscuras recorro la casa. Voy a la cocina, bebo algo, quizá encuentro algo ligero que comer y vuelo en silencio a mi cuarto, para no despertar a nadie. Otra vez bajo las sábanas. Más vueltas, silencio, oscuridad, el tiempo pasando sin que el sueño llegue hasta donde yo estoy. Enciendo la luz, cojo la libreta y el bolígrafo que tengo en la mesita y me pongo a escribir mil cosas que al final se quedarán en nada, por no tener coherencia. Apago la luz, pasan los minutos, el perro duerme a mis pies, le oigo roncar. Me enfado. Me molesta que duerma y yo no ser capaz, así que le doy un pequeño golpecito con el pie y lo despierto, dejándolo al pobre con cara de sueño y sin saber que está pasando. Así que lo cojo y lo abrazo contra mi pecho.

    -¿Tú tampoco puedes dormir?

    Y acariciándolo el perro se vuelve a dormir y vuelvo a quedarme sola, en el silencio de la noche y sin rondarme apenas el cansancio. Un ruido. Me quedo quieta en la cama. Mi padre se levanta para irse a trabajar, lo que me revela la hora que es, las 6.20 de la mañana. Me quedan tres horas más antes de tener que levantarme. Ahora sí, ahora llega el agobio... Me quito la almohada de debajo de la cabeza y la coloco paralela a mí, en la cama. Apoyo la cabeza en ella y la abrazo. Quiero dormir y no puedo. Una lágrima esquiva resbala por mi mejilla, como cada noche, y entonces estiro la mano y sobre la cama, en la cabecera toco a Ratoncito, que siempre está ahí, durante mis noches de vigilia.

    Tocarle hace que me tranquilice. No sé, ese peluche puede hacer que se desvanezcan mis penas en un momento, sólo con tocarle en plena oscuridad, cuando ya no puedo más y me siento derrotada, es cuando al fin, el sueño decide acomodarse a mi lado en la cama. Morpheo ocupa el lugar que le corresponde hacía ya horas, para ocuparlo apenas un par de ellas y caigo rendida en sus brazos mientras abrazo la almohada con una mano y con la otra acaricio a Ratoncito...

    Ahora vamos camino de la una de la mañana y publico mi relato. No sé a qué hora podré conciliar el sueño, porque no sé qué planes tiene para mí esta noche el bueno de Morpheo, el guardián de los sueños. Aunque esta noche es diferente. Puedo oír el sonido de la ansiada lluvia repiquetear en el techo y ese sonido me relaja, me ayuda a llegar hasta el onírico abrazo al que me transportará Ratoncito en un par de horas, o al menos eso espero... Así son mis noches y las de algún Cuentacuentos más... Noches de insomnio, noches en las que la oscuridad y el silencio se vuelven más un enemigo a batir, que un aliado al que alabar... Deseo que tengáis todos sueños reparadores, y que al menos, para con vosotros Morpheo tenga unos planes mejores, que compartir la noche con esta loca insomne...

    ¡Que tengáis muy buena luna!


    *Frase de Beleita.

lunes, 12 de noviembre de 2007

CuentaCuentos nº 53 "La llamada"

La llamada

    “-¿Qué haces?
    -Ver porno. ¿Y tú?
    -Pensaba en ti.
    -Así que pensabas en mí, ¿eh? – dijo Carlos al tiempo que bajaba el volumen del televisor.
    -Sí, en qué estarías haciendo... – y Lidia añadió pícaramente. – Por mí no le bajes el sonido a la tele.
    -Es que aunque no lo creas me da vergüenza.
    -¿Entonces por qué me has dicho que estabas viendo porno?
    -¡Porque no me he dado cuenta niña!
    -¿Tan centrado estabas en lo que veías? O es que tenías algo importante “entre manos”.
    -Eh...Bueno, yo... Si no...
    -¡Tranquilo tonto! Si sabes que no me importa. Sólo que a lo mejor deseabas algo más que ver porno.
    -¡Ya sabes que sí! Pero cuando te ofrecieron ese trabajo ya sabíamos que nos tocaría estar separados un tiempo.
    -Lo sé. Y te echo mucho de menos...

    En el piso de Carlos sonó el timbre, y él se apresuró a apagar el televisor para que no pudiesen ver lo que él tenía puesto. Y al otro lado del teléfono Lidia seguía hablando.

    -¿Has quedado con alguien?
    -¡Que va! He llamado a Telepizza y debe de ser mi cena. Espera un segundo que voy a abrirle la puerta.
    -Tranquilo cielo, espero...

    Carlos abrió la puerta con el móvil en una mano y el dinero para la pizza en la otra.

    -¿Quieres la pizza o ves algo que te apetezca más?

    Y allí estaba Lidia, con la pizza en una mano y con la otra apoyándose en la pared. Tenía un abrigo largo puesto. Lo traía abierto y pudo ver lo que traía puesto... Medias de esas que terminan en el muslo. Un tanga negro de encaje y un corpiño a juego, también en encaje transparente, que terminaba en un sensual liguero. Sobre sus hombros caía su larga cabellera pelirroja. Y en su boca una sonrisa pícara acompañaba el paseo de su lengua sobre sus labios.

    -¡Joder nena!

    La cogió por la cintura y la metió dentro de casa y cerró la puerta tras ellos. Dejó la pizza sobre la mesa y comenzó a besar a  Lidia con pasión, con ardor. Carlos llevaba dos meses sin verla y no podía más. Deseaba tenerla una vez más, como tantas otras veces. Lo deseaba más que a nada... Ella comenzó a desnudarle, aunque no tenía mucho trabajo, porque él sólo llevaba puesto una camiseta y los calzoncillos, pero le miraba juguetona.

    Sonriendo y sembrando pequeños mordiscos por su cuerpo. Iba besando su torso centímetro a centímetro y Carlos dejaba escapar un suspiro cada vez que sentía los labios de Lidia sobre su piel. Se estaba dejando llevar por el calor que desprendía el cuerpo de ella, por la suavidad de su piel. Notó que ella se agachaba y se ponía de rodillas delante de él. Notó como sus calzoncillos comenzaron a bajar lentamente por sus piernas y supo lo que iba a ocurrir, así que bajó la mirada y levantó el rostro de ella por la barbilla.

    -Cielo, no hace falta que hagas esto, ¿lo sabes?
    -Claro que lo sé amor, pero llevo dos meses sin verte y ahora sólo pienso en tenerte, en que me hagas tuya, en hacerte disfrutar...

    Dijo esto último mientras le miraba a los ojos y al tiempo que comenzaba a jugar con la lengua sobre su recién llegada erección. Sabía que eso lo volvería loco y pudo notar como todo el cuerpo de Carlos se tensaba y se dejaba caer, apoyándose por completo en la pared del salón. Ella continuaba con su labor. Saboreándolo con la lengua y notando como crecía dentro de su boca. Y notó como una mano de él se posaba sobre su nuca, guiando los movimientos de ella. Haciéndolos más salvajes. Lidia sabía que Carlos estaba a mil y eso le encantaba...

    -Cariño para o voy a descargarme en tu boca.
    -¿Acaso sería la primera vez? – dijo Lidia entre risas.
    -Tienes ganas de fiesta, ¿eh? – dijo Carlos al tiempo que hacía que Lidia se levantase y la sentó sobre la mesa de la cocina.

    Se agachó frente a ella y comenzó besando sus pies y fue subiendo lentamente por sus piernas, por el interior de sus muslos hasta llegar a la gruta del placer. Donde se perdió largo rato, mientras Lidia se abandonaba al placer que todo aquello le proporcionaba. Después de un tiempo paró, la cogió de la mano y la llevó hasta la puerta del balcón. Descorrió las cortinas y la puso contra el cristal. Estaba frío, y esa sensación en sus pechos hizo que toda su piel se erizase. A ella la excitaba mucho la idea de estar desnuda, frente a la ventana, y que alguien pudiese verla, verlos, a través de la ventana. La hizo arquear la espalda, echando su cuerpo hacia atrás. Detrás de ella, él se la metió con suavidad. La agarró por la cintura y empezó a moverse con más brío. Los dos gemían al tiempo. Él se acercó a su oreja y le dijo bajito y con voz insinuante:

    -¿Te gusta pensar que puedan vernos, verdad? Lo noto en tu respiración...
    -Sí, me gusta la idea, casi me excita más que tú... – volvió a decir ella entre sonrisas.

    Después de decirle eso ella notó un cachete en el culo. Le había pegado un azote. Y soltó un pequeño gemido.

    -Sí, dame más. Más fuerte, no pares, me encanta...
    -Ay niña... ¡Cuánto me gustas!

    Le escuchó gemir y al rato otro cachete más, y otro, y otro… De allí a un rato paró, la cogió en brazos y la llevó hasta la cama, donde la tumbó. Se besaron durante un buen rato, mientras ambos hacían excursiones por el cuerpo del otro. Intentando causar nuevas sensaciones en su pareja. Luego ella se acostó sobre él y mientras se besaban dulcemente pudo notar como la llenaba por completo. Al estar sobre él, un poco levantada, sus pechos quedaban a la altura de su boca, y él no perdía tiempo sin besarlos y esparcir mil besos en su piel, hasta que la escuchó decir:

    -Eres mío campeón…
    -¿Ah sí? ¿Tú me estás dominando?

    Él empleó todas sus fuerzas en darse la vuelta y ponerse sobre ella. Fue un poco brusco, pero sabía que eso a ella le encantaba. La hizo suya con fuerza, con pasión, con deseo y le agarró los brazos sobre la cabeza. La tenía inmovilizada y estaban dando rienda suelta a deseos callados desde hacía ya meses...

    -¡Tú sí que eres mía, nena!

    Se acercó a besarla y ella le mordió el labio. Eso hizo que se excitase todavía más y finalmente le soltó las manos, y ella al sentirse liberada las llevó a su espalda, para abrazarle y sentirle más cerca. Se había vuelto todo muy salvaje. Le notaba entrar y salir de su cuerpo con fuerza, con brío y no pudo evitar arañarle la espalda. Le escuchó gemir en ese mismo instante y Lidia no pudo aguantar más. Se dejó llevar por el éxtasis al que había llegado.

    -¡Dios! Carlos, cariño... No puedo más...
    -Yo tampoco preciosa, yo también me corro...

    Y entre gemidos de placer Carlos y Lidia llegaron juntos a uno de los orgasmos más placenteros de sus vidas. Él la abrazó contra su pecho y la besó en la frente.

    -Te eché mucho de menos mi niña.
    -Y yo a ti campeón. Tenía muchas ganas de verte y estar contigo.

    Y volvieron a besarse durante largo rato, sabiendo que pronto Lidia tendría que volver a viajar para ir a su trabajo y que volverían a pasar meses hasta que volviesen a verse.

    -¿Y ahora que hacemos princesa?
    -¿Me enseñas esa peli porno que estabas viendo?
    -¡Joder cuanto me gustas!


    *Frase(s) de Jara.
    (¡Y todos con las manos a la vista por favor!)

martes, 6 de noviembre de 2007

CuentaCuentos nº 52 "Algo mágico"

Algo mágico

    “Una mancha de vino en el mantel. Un vino rosado que dejaba sobre aquel blanco mantel un cerco casi de color violeta... Quizá algo muy normal, pero a mí me hacía recordar aquella historia que mi bisabuela me contaba antes de dormir, cuando yo era pequeña.

    ‘La historia trataba sobre siete seres mágicos que un día decidieron reunirse para llenar un poco más sus mundos de alegría, ilusión y magia... Quedaron en lo que podría haber sido el claro de un bosque, en el centro, entre un sinfín de enormes árboles de acero, para que todos pudiesen verse y reconocerse, aunque bien era verdad que aquel enigmático grupo ya se había reunido alguna otra vez. Con la diferencia que ahora contaban con una pequeña Hada entre sus filas.

    Aquel claro del bosque quedaba lejos de la zona explorada por ella y por eso decidió hacer el camino con  Yas. Lo vio a lo lejos y según se acercaba a él, vio a un ser enorme, era un Ent... Debería medir más de 3 metros, y en cuanto lo vio la Hada lo reconoció al instante. Se saludaron y ella pudo ver el extraño vehículo en el que había llegado hasta su punto de encuentro. Era algo extraño con un par de artilugios redondos unidos por tubos y con una especie de triángulo mullido...

    Él decidió llevarla por los túneles que había bajo aquel “bosque”, unos túneles excavados para desplazarse de un lugar a otro sin ir por la superficie y con más rapidez, pero que no siempre cumplían su función... El vehículo que transportaba se quedó atravesado en una de las estrechas entradas del túnel, pero al fin pudieron continuar su camino hacia el lugar de reunión. Llegaron y se encaminaron hacia aquel claro, donde varias “cascadas naturales” les rodeaban y el sol calentaba su piel. Habían llegado pronto, así que decidieron ponerse a la sombra y según se dirigían hacia allí se encontraron con otro personaje del grupo. Popi, que era un Fauno, de esos que son tan enigmáticos. Saludó a Yas y después se presentaron él y la Hada.

    Allí continuaron hablando y contándose cosas para reencontrar aquella complicidad que muchas otras veces habían compartido con “Mensajes Sencillos Neuronales...”Y entonces lo vieron llegar. Hell, aquel majestuoso Hipogrifo había echo su aparición y tanto el Ent como el Fauno pudieron ver como aquella pequeña Hada fue hasta él para fundirse en un abrazo con tanta efusividad, que el Hipogrifo casi le prende fuego (jejejej…)

    Allí estaban más de la mitad reunidos. Esperando al resto del comité para poder comenzar a crear mundos maravillosos en los que no dejar de sonreír. A lo lejos vieron a una Duendecilla que miraba a su alrededor, desde el claro del bosque. La Hada la miraba sonriendo, ¿sería ella? ¿Sería Mun? La llamaron y se reunió con todos ellos. Sí que era parte de aquel extraño grupo. Y entonces gracias a la conexión que existía entre aquellos seres mágicos, supieron que dos de ellos llegarían tarde, así que decidieron adentrarse caminando en el bosque.

    Miles de animales y seres se cruzaban con ellos, pero casi ni se percataban de su presencia. Ellos parecían un grupo normal de amigos, aunque en realidad no lo eran para nada... Se pararon un momento porque sentían que se acercaba alguien que era parte de ellos, y del medio del bosque vieron surgir a Miss_Lawliet, una hermosa Ninfa de pelo rojo que les abrazó a todos y comulgó en la presentación con la pequeña Hada.

    Continuaron caminando por aquel bosque de enormes árboles, dirigiéndose a ningún lugar en concreto. Pararon a descansar cerca  de donde había un gran tronco cortado que les sirvió de mesa y donde un joven Minotauro les trajo algo para retomar fuerzas. Allí hablaron de todo. De otras culturas, de formas de torturas, de asesinos en serie... Miles eran los temas que abarcaban su sabiduría. Y sin darse cuenta del tiempo, la última del grupo se unió a ellos... Una hermosa Elfa de ojos claros, que la Hada dijo que quería tener lejos.

    Siguieron un rato más allí, para conocerse todos un poco más y la Hada sacó unos presentes que tenía para ellos... Al Ent le regaló un objeto para crear fuego, al Fauno una representación corpórea de la muerte. A la Duendecilla, la Ninfa y la Elfa, les obsequió con azabache, para ahuyentar a los malos espíritus. Y al Hipogrifo le regaló lo más preciado que poseía, sus recuerdos embasados para que nunca los perdiese...

    Después sus pasos los encaminaron hacia una cueva en la que aplacarían sus ansias de comer, todos juntos y donde comenzarían a cambiar el mundo con sus palabras y sus mágicos deseos... Guardaban en pequeñas cajas más recuerdos. Eran cajas especiales a través de las que mirar al resto de la comitiva y tras un pequeño fogonazo de luz, sus recuerdos se quedaban allí grabados, para que no muriesen en el olvido.

    Volvieron a pasear por aquel bosque encantado, lleno de árboles enormes y otras vidas que pasaban a su lado sin ver que ellos eran el futuro, sin comprender que en ellos residía la esperanza. Llegaron otra vez al claro del bosque, estaba anocheciendo y la Ninfa tenía que marcharse ya. No podía quedarse más o la oscuridad la envolvería y no podría regresar. Plasmaron sus huellas en un artilugio extraño que la pequeña Hada transportaba, y dejaron allí constancia de mil cosas, escondidas bajo palabras y dibujos.

    Se fue, la Ninfa los dejó y ellos decidieron que podían estar un rato más juntos, y caminando por el bosque llegaron a un lugar cerca de un gran arroyo del que les sirvieron de beber. Continuaron hablando durante un buen rato, pero poco a poco se hacía más y más tarde... El Hipogrifo tenía que marcharse también y la pequeña Hada echó a volar hasta sus brazos. No sabía cuando volvería a verle y quería recordar aquel momento durante mucho tiempo. Hundió la cabeza en su pecho y luchó porque las lágrimas no saliesen de sus ojos, y lo logró con todas excepto con una...

    Luego poco a poco se fueron despidiendo. La Elfa y la Duendecilla iban por caminos diferentes al suyo y se adentraron en dirección opuesta en toda aquella oscuridad en la que vivían. Y nuevamente se encaminó con el Ent y el Fauno hasta aquel claro del bosque. El primero en irse fue el Fauno, más abrazos y despedidas. Y un poco después el Ent también se fue...

    Ya se habían ido todos... El Hada estaba ahora sola y no pudo evitar sonreír al recordarles y al pensar en el grupo tan extraño que habían formado: un Ent, una Elfa, un Fauno, una Duendecilla, una Ninfa, un Hipogrifo y una Hada... Formaban un grupo muy extraño, pero al fin y al cabo eso era lo que les hacía especiales. La pequeña Hada no sabía cuando volvería a verles, pero sabía que siempre les llevaría a todos en su corazón...’

    Quizá os preguntéis porque una mancha de vino me recordó esta historia... Pues por esa mancha que dejó sobre el mantel, una mancha imborrable, igual que la huella que han dejado en mi corazón unos personajes increíbles de cuento de hadas. De mi cuento de Hadas...”


    *Frase de Carabiru.