Reencuentros
“La última vez que se vieron eran todavía
adolescentes. Se
habían jurado amor eterno cuando supieron que ella tendría que mudarse cuando a
su padre le concediesen el traslado. Habían llorado juntos en su lugar secreto,
donde se reunían para abrazarse y besarse. Donde nadie les decía que sólo eran
unos niños y que no podían tener aquellos sentimientos...
El día que Susan se fue para Peter todo
cambió. No volvió a ser el mismo chico de siempre. Estaba triste, callado,
apenas salía de casa y en los estudios había bajado su rendimiento. Nadie sabía
el por qué de aquel comportamiento repentino, porque nadie conocía la
existencia del amor que ambos se profesaban. Para Susan las cosas tampoco fueron fáciles.
Tuvo que adaptarse a una nueva ciudad, nueva gente, nuevo colegio, nuevos...
¿Amigos? No. No conseguía hacer amigos nuevos. No se sentía capaz o más bien no
quería hacerlos. Lo único que la calmaba y la hacía estar mejor era pensar en
que algún día volvería a estar con Peter y que entonces ya nada ni nadie podría
separarles.
Pasaron los años y ambos tuvieron que
seguir adelante con sus vidas, o con lo que decían que eran sus vidas, porque
para ellos, lo que tenían delante era un auténtico infierno en el que tenían
que pasar cada día el uno sin el otro. Pero consiguieron seguir avanzando,
porque se lo habían prometido aquel último día que estuvieron juntos. Aquel día
en el que por miedo a no verse más se habían entregado el alma el uno al otro.
El momento en el que fueron, al fin, un solo ser...
Susan terminó la carrera y comenzó a
ejercer de abogada en un bufete importante, y en menos de dos años, ya la
habían hecho socia de la firma. Tenía todo lo que la gente podía desear, pero
aún así no era feliz. Seguía pensando en Peter a cada instante que podía.
Cuando veía unos novios abrazándose, cuando se cruzaba con una pareja con
niños, cuando veía a dos abuelitos echando migas de pan a las palomas en un
banco del parque...
Era muy deseada por los hombres. Nunca se
había parado a pensar en ello, pero se había convertido en una mujer hermosa.
Largas piernas, cintura de avispa, ojos verdes y una larga y ondulada melena
color azabache. Todo aquello en conjunto hacía que siempre se levantasen
murmullos a su alrededor y más de una vez, se había sorprendido a si misma
haciéndole un grosero corte de manga a un trabajador de la construcción después
de un comentario soez sobre su trasero.
Sus compañeras siempre le preguntaban si no
había ningún hombre en su vida, porque ella podría conseguir al que desease con
una sola mirada, pero siempre les contestaba lo mismo “Hay un hombre desde hace
años, y tarde o temprano volveremos a encontrarnos”. Y ellas suspiraban
imaginando la tierna historia de amor que Susan no quería contarles, para no
tener que compartirla con nadie. Para no tener que compartir así la imagen de
su último encuentro con Peter. Susan se miraba en el espejo del ascensor
aquella noche. Se veía radiante y sabía que sería el centro de casi todas las
miradas masculinas en cuanto hiciese su entrada en el salón donde se celebraba
la fiesta de cumpleaños de uno de los socios del bufete, pero le gustaba
sentirse deseada y saber que ninguno de ellos podría tenerla nunca.
El ‘ding’ que anunciaba que había llegado a
la planta deseada la sacó de su ensoñación y se preparó para la lluvia de
elogios que iba a caer sobre ella, y fue tal y como esperaba. En cuanto entró
en la estancia se hizo un silencio y todos se volvieron a verla y comenzaron a
lloverle elogios de todas partes, casi parecía ella la homenajeada porque
incluso su compañero se acercó a ella y le dio un suave beso en la mejilla que
ella recibió cerrando los ojos y sonriendo.
Se paseó suavemente entre todos los
asistentes, con un ligero movimiento de las caderas, siendo consciente de que
en ese momento estaría siendo una de las mujeres más deseadas de la fiesta. Se
acercó a la barra y pidió que le sirvieran un ‘Shirley Temple’ y se apoyó un
momento mientras esperaba que la sirviesen. Y fue justo entonces cuando sintió
un escalofrío recorriendo su columna vertebral. Alguien la estaba mirando
fijamente y podía notar como su mirada la recorría de arriba abajo. Se giró
lentamente con la bebida en la mano dispuesta a enfrentarse cara a cara con el
hombre (al menos eso esperaba) que la estuviese mirando, pero entonces todo su
cuerpo se quedó como paralizado. No era capaz de moverse, porque aunque habían
pasado muchos años desde la última vez que se habían visto, pudo reconocer
perfectamente a Peter entre toda aquella multitud.
Su corazón comenzó a palpitar más
fuertemente, aunque para ella, es como si empezase ahora, porque hasta aquel
mismo momento no había vuelto a sentirlo dentro de su pecho. Sólo él hacía que
estuviese así. Nerviosa y feliz al mismo tiempo. Con ganas de gritar y de
llorar a la vez. Se sentía fuerte y débil frente a él. Él se fue acercando como
a cámara lenta y Susan seguía sintiéndose incapaz de hacer ni un solo
movimiento. Incluso quería decir algo, pero notaba la garganta seca. Al fin
había venido a buscarla y no era capaz de hacer ni decir nada. No quería
parecer insensible, ni que él pensase que no le importaba que estuviese allí,
pero no había forma de hacer reaccionar su cuerpo.
Al final consiguió que su brazo cediese a
las órdenes que le enviaba su cerebro y pudo beberse el ‘Shirley Temple’ de un
solo trago. Ya no tenía la garganta seca, pero tampoco dijo nada, porque la
verdad, no sabía ni qué iba a decirle. Había imaginado muchas veces que se
encontraban otra vez, pero nunca se había parado a pensar en que iba a decirle
cuando eso sucediese.
Peter llegó hasta ella y le dijo un suave
‘hola’ que fue el desencadenante de todo el cuerpo de Susan. Ahora ya podía
moverse, ya podía hablar y se sentía liberada al fin de aquellos horribles
segundos en los que había tenido miedo de que finalmente su mente le hubiera
jugado una mala pasada y no fuese él, así que se echó en sus brazos y le dio el
más efusivo de los abrazos, que llevaba guardando durante años para él, sólo
para él.
-¡Peter al fin! Cuanto tiempo sin verte.
-Lo mismo digo Susan. Jamás creí que te
encontraría aquí.
-Ni yo a ti. Es lo que menos esperaba. Por
cierto, ¿cómo es que estás aquí?
-Porque tu socio, el que está de
cumpleaños, está llevando unos asuntos de alguien cercano a mí... Así que aquí
estoy.
-Que casualidad, hasta podría haber llevado
yo los asuntos de ese ‘alguien cercano’ jijiji...
-Sí, podría ser...
Susan volvió a abrazarle. No se lo podía
creer. ¿Al fin estaban otra vez juntos y se iba a poner a hablar de
trivialidades? Le sentía contra su cuerpo y notaba como todo su cuerpo
comenzaba a temblar. Necesitaba tenerle más cerca, estar a solas con él, y
notaba contra su cadera que él también lo deseaba, y mucho. Separó su cabeza de
su hombro para preguntarle si quería que fuesen a un lugar más apartado, justo
cuando una pelirroja se paraba a su lado.
-Peter cariño, ¿quién es tu amiga?
-Oh, sí, perdón. Ahora os presento – dijo
Peter alejándose un poco de Susan. – Mary, esta es Susan, la amiga de la
infancia de la que te hablé tantas veces.
-Por supuesto – dijo Mary. – Susan...
-Susan, esta es Mary... – y tras un
silencio añadió. – Mi esposa.
Susan creyó que todo su mundo se desvanecía
en aquel mismo instante, con aquellas dos palabras saliendo de los labios de
Peter, pero trató de mantenerse firme, entera, para que nadie pudiese notar que
en unos segundos todo había cambiado por completo, dando un giro radical.
-Peter me ha hablado mucho de ti durante
todos estos años.
-¿Durante todos estos años? – preguntó
Susan.
-Sí. Estuvimos de novios un año y ahora
llevamos casados ¿Cuánto? ¿Tres años mi amor?
-Sí, tres años. – respondió Peter con la
cabeza baja.
-Sí, tres maravillosos años. Mira – dijo
sacando la cartera del bolso. – Estas son nuestras gemelas, Sophie y Estella,
tienen añito y medio, y ahora viene en camino nuestro pequeño campeón.
-¿Vuestro pequeño campeón? – preguntó con
perplejidad Susan.
-Sí, estoy embarazada de 5 meses, ¿no lo
habías notado?
En ese mismo momento Susan la miró de
arriba abajo y fue consciente del estado de Mary. Hasta ese momento ni se había
fijado, o quizá su cerebro no había querido retenerlo. Fuese como fuese, Peter
había seguido adelante con su vida y no la había esperado. Cuando le vio allí
mirándola pensó que había venido a por ella. En ningún momento se le pasó por
la cabeza que él pudiese haber seguido con su vida, porque ella no lo había hecho,
y no fue por falta de oportunidades, sino por la promesa que le había hecho
cuando eran todavía adolescentes. Quizá su palabra valía más que la de Peter...
Vio como Mary se alejaba satisfecha por
haber marcado el territorio delante de ella. Presumiendo de su barriga ante
todo aquel que quisiera verla y charlar durante un rato. Y notaba que muy a
menudo se giraba para mirarla, mientras se acariciaba el vientre y en su mirada
podía verse reflejada la victoria.
-Peter, sé que no es el momento, pero
siempre me quedé pensando en nuestra promesa.
-Lo sé Susan, yo también. Pero llegó un
momento en el que sólo el hecho de recordarte me hacía daño y entonces llegó
Mary. La conocí en el último curso y con ella empecé a olvidarte. Y la verdad,
pensé que tú harías lo mismo tarde o temprano.
-Pues ya ves que no. Que yo me quedé
esperándote.
-Ahora lo sé y me duele. Porque sigues
siendo tan hermosa como antes, o incluso más.
-Peter, necesito al menos despedirme de ti.
Un momento a solas en el que podamos cerrar lo que empezamos hace tantos años.
¿Me concederás al menos eso?
-Tan solo dime cuando y donde.
-En 10 minutos, en mi despacho. Es el que
está al fondo del pasillo en la planta inferior.
Y se alejó de allí en silencio, rumbo al
ascensor y Peter la observó hasta que las puertas se cerraron y perdió el contacto
visual con ella. Estaba perplejo por lo que estaba a punto de hacer, pero no
había vuelta atrás. La deseaba y ahora que había vuelto a verla, tenía que
cerrar aquella etapa de su vida para poder seguir siendo feliz al lado de Mary.
Cuando entró en el despacho, Susan ya lo estaba esperando de pie, en el centro
de la estancia. Se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos, sintiendo como
ella se estremecía y como su corazón comenzaba a latir más fuertemente que
antes. Ella le besaba con una mezcla de dulzura y pasión. La misma que
recordaba de hacía tantos años y mientras iba dando cortos pasos hacia atrás,
retrocediendo hasta la mesa.
Cuando tropezó con ella se levantó un poco
la falda y se sentó en el borde, abriendo ligeramente las piernas y dejándole
así espacio suficiente a Peter para colocarse entre ellas y poder pegar su
cuerpo al de ella sin ninguna interrupción entre ambos. Susan comenzó a besarle el cuello suavemente,
sembrando cálidos besos que le encendían aún más el deseo, y él se dejaba hacer
hasta que notó que ella le mordía fuertemente, y se apartó bruscamente de ella,
un poco consternado por la situación.
-¡Susan! Mi mujer está arriba. ¿Por qué has
hecho esto? – dijo mientras se tocaba el cuello.
-¿Por qué? – dijo Susan mirándole a los
ojos. – Para que todo el mundo sepa que en tus últimos momentos de vida fuiste
mío.
Y en ese preciso instante con un rápido
movimiento, Susan le clavó su abrecartas en el abdomen. Hasta la empuñadura y
girándolo después para que la herida se hiciese más grande, y comenzó a notar
como brotaba su sangre sobre sus piernas. Mientras le miraba a los ojos sacó el
abrecartas y volvió a clavárselo, esta vez con más fuerza y más ira. Se sentía
traicionada, engañada, herida en su orgullo y descargaba toda su ira con cada
embestida del abrecartas contra el cuerpo de Peter.
Cuando notó que sólo le quedaba un hilillo
de vida lo empujó y lo dejó caer torpemente sobre la alfombra de su despacho y
lo observó mientras exhalaba sus últimos alientos de vida. Pero viéndolo allí
tirado, pagando su traición no se sentía mejor ni mucho menos, y sabía lo que
tenía que hacer. Se levantó y tiró el abrecartas con furia sobre el cuerpo
inmóvil de Peter y fue a sentarse en su escritorio. Sacó una libreta con el
membrete del bufete, cogió su pluma y se puso a escribir mientras las lágrimas
comenzaban a brotar y resbalaban por sus mejillas.
Se levantó y dejó la pluma sobre la mesa.
Abrió el primer cajón y volvió a guardar la libreta allí dentro, y luego abrió
el tercer cajón para coger de allí el último caprichito que se había comprado.
Dio la vuelta a la mesa y se colocó de pie al lado del cadáver de Peter. Seguía
llorando mientras le miraba allí, pero ya estaba todo hecho. Levantó la hoja que
llevaba en la mano izquierda y lentamente leyó en voz alta.
-Nuestra historia de amor fue como la de
Romeo y Julieta y tiene que terminar como la suya... Trágicamente...
Entonces levantó la mano derecha y se pegó
un tiro en la sien.”
*Frase de Shaylee.