viernes, 27 de febrero de 2009

CuentaCuentos nº 78 "Amor"

Amor


    “Su voz comenzó a suavizarse, a convertirse prácticamente en un susurro. Era tan hermosa... A sus 27 años seguía conservando un rostro angelical. Tenía un hermoso pelo ensortijado, de un vivo color cobrizo, que cuando agachaba la cabeza con timidez, se convertía en una cortina de misterio que siempre me hacía mirarla como si fuera la primera vez. Sus ojos eran verdes, de un verde tan intenso que cualquier prado palidecería en comparación con ellos. Y aquella nariz tan chiquitina, como si fuese tímida, apenas asomaba en aquel rostro tan perfecto que poseía... Y sus labios... Rojo carmesí, invitando a todo aquel que los mirase a acercarse a ellos invadidos por los más intensos deseos de besarlos, de probarlos, de catarlos...

    Sí. Eva poseía una belleza que no tenía comparación con ninguna otra mujer que hubiese visto jamás. Y no se quedaba sólo ahí, porque a su carita de muñeca le acompañaban unas largas piernas que terminaban en unos pies perfectos, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. Unas caderas que eran la envidia de cualquier mujer. Anchas, jugosas, con las proporciones justas. Una cinturita de avispa que hacía resaltar aún más la hermosura de su cuerpo. Y como no... Sus pechos. Grandes, suaves, esponjosos... Me encantaba verla dormirse cada día. A Eva le gustaba hablar antes de dormir. Siempre hacía un repaso de cómo le había ido el día en el trabajo. Cuantas noches me habré dormido escuchando sus “peleas” con sus compañeras de trabajo. Y otras tantas habré llorado con ella mientras recordaba cuanto la infravaloraba su jefe. Ella valía mucho más que eso, y no se daban cuenta.

    Casi cada noche ella se quedaba dormida antes que yo. Notaba cuando iba a dormirse porque cada vez sus palabras eran más espaciadas, o porque lo que contaba empezaba a perder lógica. Su respiración se hacía más y más profunda y entonces, cuando ya casi había alcanzado el sueño, comenzaba a ronronear y en ese instante podía notar como iba a dormirme con ella, con su respiración, con su ronroneo... Prefería que ella se durmiese antes, porque me maravillaba verla cuando al fin había alcanzado el sueño tras un duro día. Sus músculos se relajaban y entonces podía admirar otro rostro completamente diferente. Más dulce, casi sin expresión, más tranquilo, sin preocupaciones. La otra cara de Eva, la que poca gente había podido disfrutar. Yo era afortunado por poder compartir todo eso con ella.

    Odiaba cuando me quedaba dormido antes que ella, porque temía despertarla, alterarla y que después ella no consiguiese conciliar el sueño, como antes, porque al principio le costaba muchísimo relajarse lo suficiente para dormirse, tenía demasiadas cosas en las que pensar. Pero desde que nuestras vidas se cruzaron, comenzó a dormir mejor. Y no quería arrebatarle lo que tanto trabajo había costado conseguir. Nuestra relación era perfecta. Ella la hacía perfecta. Yo simplemente observaba lo bien que nos iba todo. Nada de malos rollos, nada de discusiones, ni siquiera una palabra más alta que la otra. Todo esta bien entre nosotros. Éramos la pareja perfecta y lo sabíamos. Bueno, al menos yo lo sabía, y creo que ella, en el fondo, también lo sabía. Me gustaba acariciar su pelo mientras dormía y sentir como nuevamente volvía a ronronear al contacto con mi mano, y la forma en la que su olor se colaba entre mis dedos y como se quedaba ahí, a lo mejor durante todo el día... Dios, era tan, tan hermosa... Me acerqué a ella, silencioso, como cada noche, no quería despertarla, no habría estado bien, no. Cuando la vi allí, tan dormidita el miedo y la ansiedad se apoderaron de mí a partes iguales.

    Y entonces puse el cojín sobre su perfecto rostro y la asfixié. No tuvo apenas tiempo para darse cuenta de lo que estaba pasando. Casi ni opuso resistencia, lo que estuvo bien, porque sino no habría tenido valor para continuar con aquello. Apreté un poco más hasta que noté que ya no se movía. Retiré el cojín con cuidado y me cercioré de que no respiraba... Eva estaba muerta... Seguro que ahora estaréis diciendo mil barbaridades sobre mí. Sobre lo despiadado que he sido. Que soy un asesino, pero... ¿Qué derecho tenía ella a romper lo nuestro? Con todo lo que nos había costado llegar a construirlo. ¿Acaso sólo podía decidir ella cuando se terminaba? ¿Podía alejarme de su vida así como así? ¿Borrarme como si yo jamás hubiera existido?

    Estoy convencido de que no sabe quien la ha matado. Ella ni siquiera sabía que yo existía. No se dignaba ni a dirigirme la palabra en el trabajo. Pero siguiéndola descubrí donde vivía. Alquilé el piso de al lado, y sin que se diese cuenta hice un pasadizo que unía su piso con el mío, y coloqué cámaras, era necesario para nuestra relación. Así pasamos casi dos años maravillosos, en los que fuimos muy felices, hasta que hace dos noches me engañó. Llevó a otro hombre a nuestra casa y follaron en nuestra cama, mientras yo les observaba. ¿Acaso creía que le perdonaría eso? Me hizo daño. Me falló. Traicionó nuestra relación. ¡La muy zorra! Y por eso debía morir... Porque ella lo deseaba. Si no podía estar conmigo no quería estar con nadie más, pero ella no era lo suficientemente valiente para hacerlo sola. Por eso me hizo daño. Para que yo lo hiciese. Para que la ayudase a morir. Es lo que ella deseaba. Sabía que estaba dispuesto a todo por ella. Por eso trajo a aquel cabrón a casa. Porque él también quería morir... Y lo hizo, anoche, en su bañera...

    -Señoría, Eva se suicidó... Bueno... Quería suicidarse, por eso me obligó a hacerlo. Aquí la única víctima soy yo...”




    *Dedicado a Sara.